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CAPÍTULO 6
PUERTO NATALES
Puerto Natales es un simpático pueblito de casas bajas y coloridas al borde
de un canal y frente a los Andes patagónicos.
Después de alojarnos en un pequeño hotel y revisar las gomas del auto
nuestra única preocupación era saber dónde ibamos a comer. El enigma se
resolvió muy rápido. Después de una breve incursión por la costa el
restaurante El Marítimo nos tentó con sus plato y sobretodo con los Pisco
sour que se veía que servían a través de sus ventanales.
Ya que habíamos tenido un día agotador, nadie puso reparos ni en los
precios ni en la elección de los platos. Así es que centollas, salmones,
riquísimas ensaladas con frescas paltas desfilaron por nuestros platos, amén
de varios piscos. Aquí en Natales comenzó nuestra degustación de los
vinos blancos chilenos. Eso sí no de la categoría que catan el Obus y el
Tano en sus encuentros trasandinos, pero buenos vinos chilenos al fin.
En cuanto a los precios en Natales no resultaron lo caro que esperábamos.
Esta primera cena, en la cual como dije antes, nadie se privó de nada
llegó a costar menos de $30 por persona. Con respecto a los
almuerzos, generalmente hacíamos picnic y comprábamos los alimentos en el
supermercado. Con $20 argentinos comíamos bien los 4, comprando ricos
fiambres, pan, agua mineral, muy buenas frutas, algún queso pequeño y
hasta maníes y pasas de uvas saladas.
El día siguiente, fue un domingo y decidimos que fuera un día de descanso,
tal vez el único del viaje diría mi familia. Así es que no programamos
muchos paseos.
Primero fuimos a visitar el establecimiento de la familia Eberhard, pioneros
de la zona, distante a unos pocos kilómetros del pueblo.
Allí nos recibió un alemán ermitaño a cargo de la visita y que me hacía
recordar al personaje que Marty Feldman representó en El joven Frankestein.
No sé si se acuerdan, aquel que tenía los ojos saltones y miraba siempre
fijo.
Lo más destacado de esta visita fue la vista de uno de los fiordos desde lo
alto de una loma.
El atractivo del día fue la visita a la Cueva del Milodón. El Milodón es
una suerte de perezoso gigante prehistórico y en esta cueva han encontrado
huesos, trozos de piel y excrementos que dieron pie a muchísimas
investigaciones.
La caverna tiene 30 metros de altura, 80 de ancho y 200 de profundidad. No sé
si en toda Sudamérica existe una caverna de semejantes dimensiones. Tan
grande es que los chilenos en su entusiasmo organizaron un festival de cine
con proyecciones dentro de la caverna. Claro que no tuvieron en cuenta la acústica,
ya que un pequeño susurro se escucha a 100 metros de distancia. Los
parlantes resultaron demasiado potentes y aturdieron bastante al público.
Tanto Ameghino como el Perito Moreno, éste en calidad de director del Museo
de Ciencias Naturales, visitaron esta cueva.
El resto del día transcurrió de agencia en agencia para lograr alojarnos
en el parque Torres del Paine, nuestro próximo destino, ya que el mismo se
encuentra a casi 3 horas de distancia de Puerto Natales. Si lo íbamos a
visitar durante 2 días no tenía sentido viajar 6 horas por día.
Finalmente logramos el alojamiento buscado y cumplimos con una de las normas
de este viaje: no pernoctar más de tres noches en el mismo hotel.
La cena nos reunió nuevamente en El Marítimo, esta vez compartiendo
platos.
Eso sí los piscos no se compartieron ni disminuyeron en cantidad.